miércoles, 25 de agosto de 2010

Long live the King





 Sólo  un perrito de rancho que pasa la vida tratando de no ser visto. Vivir en el campo encierra peligros para un animal como él, pues era chaparrito. Siempre los puede morder un jabalí por el cerro, o picarles una víbora. En los lugares habitados, los perros grandulones hacen verdaderas fiestas dionisíacas, con gran escasez de hembras por cierto, pero son casi salvajes; así como los humanos –de manera incongruente- no les respetan sus vidas, tampoco ellos respetan las de sus semejantes y a los perros chicos y metiches los destrozan a mordidas.
A “Orejas” nunca lo mordieran por metiche; hasta eso que las fiestas orgiásticas caninas nunca le quitaron el sueño. Es casi seguro que murió virgen. A nuestra vida llegó junto con su dueño, el guapísimo hombre que fue esposo de la abuela durante 20 años; matrimonio que empezaron ya entrados ambos ya en su tercera edad. Lo trajo consigo y era silencioso, limosnero de cariño y muy buen ladrador.
Inseparables; odiaba quedarse solo y seguía a su amo a todas partes. Excelente caminador, activo, sano… terroríficamente sano.

Estuvo tanto tiempo con nosotros que pensamos sería eterno. No lo venció la muerte, lo venció la vida… tenía 23 años. El equivalente de (¿será posible?) una longevidad de 160 para los humanos.
Se fue quedando ciego primero; sus ojos se pusieron blancos completamente. Luego, ensordeció poco a poco. En los últimos meses se guiaba por el poco olfato que le quedaba; comía bien, se alegraba junto con los otros canes de la casa por instinto, sin saber bien la razón del gusto, al regresar la dueña del viaje al pueblo vecino. Caminaba pegado a la pared de la casa hasta el patio trasero, para desahogar sus necesidades; después, volvía poco a poco hasta su lecho, en una vieja silla, donde pasaba dormido la mayor parte del tiempo.
Ya se angustiaba mucho por la desorientación; el desamparo lo hacía llorar a veces, por horas y sin sentido. No era de dolor del cuerpo que se quejaba; era del alma porque la muerte no venía… su ánimo no tenía descanso, no percibía la vida. Escasamente sentía el cariño pues se daba cuenta sólo de lo elemental.  
Entonces, lo venció la vida; fue necesario practicarle la eutanasia. La última semana lloró incesantemente, llamando a la muerte. Nunca llegó sola; suplicaba por descanso.
En el campo los hombres son muy crueles con los animales, sobre todo gatos y perros; el gato debe mantener limpia la casa de ratones e insectos, de otro modo no sirve; el perro que no les reditúa beneficio de guardián o pastor, es sacrificado. No fue difícil encontrar quién le diera muerte; rápida… violenta pero caritativa. Lo hemos llorado, sí. Un poco, pues vivió demasiado, demasiado tiempo. ¡Veintitrés años!

Qué valor tuyo, “Orejas”, de aguantar vivo tanto tiempo. Ya estás con tu dueño de siempre, al que lloraste junto al féretro a pesar de que ya estabas ciego. Supiste bien que se había ido, pero mira, te esperó… ya puedes ver y escuchar todo y caminar junto a él por la eternidad (espero).


jueves, 19 de agosto de 2010

Scrivere, écrire, escribir



“Escribir, en cierto sentido, es una actividad que me ayuda a aliviar la tensión de esos secretos sepultados. Recuerdos ocultos, traumas, cicatrices infantiles... es evidente que las novelas surgen de una parte inaccesible de nosotros mismos”.  (Paul Auster)

Recuerdo cuando el deseo de escribir era tan imperioso que lograba situarme en dos realidades a la vez. Vivir la normalidad era llevar la ilusión de que al momento de escribir, podría embarcarme en el mundo de ficción que estaba construyendo.
Claro que, de acuerdo al tono que mi vida tuviera en ese momento, era introducirme a la diversión o a la tortura, pero era de cualquier manera una realidad alternativa y le daba amplitud a mi existencia.
Cuando escribí una novelita ya perdida en el pasado, llamada “En horas hábiles” (que al editarla hubo de cambiar su lindo nombre), el mundo que inventé era más bien grotesco y triste, pero tuve la capacidad de vaciar sobre él un sentido del humor que lo salvó del aburrimiento y por qué no quemarme incienso: del lugar común.
Los cuentos, que bendito Dios, me salen solos por algún privilegio que no merezco, pues no lo he cultivado de manera responsable, solían ser como oasis que mi imaginación atravesaba en la cotidianeidad y me daban alivio temporal. Los poemas son cápsulas de analgésico cuyo efecto sólo dura un instante.

Ahora tengo un silencio patético en mi interior. O digamos una masa saturada de sentimientos y bullicio diabólicos que pueden compararse perfectamente a un hoyo negro. Es un pozo de ira que no sé si tendrá fondo; y no se me ocurre qué y cómo podría salir eso en palabras, sin convertirse en material desechable, hoy que todo –en la realidad- tiene ese adjetivo: Amor desechable, vida desechable, muerte de plástico, indignación sin posibilidad de reuso, etcétera. Todo es efímero…

Digamos que estoy atrapada entre el exceso de material para escribir en mi cabezota –ya crecida como si tuviera hidrocefalia, por el conocimiento sobre el lado triste de la vida- y el desaliento porque el saturar páginas con esa pasta de inconformidad y coraje contenido no lograría descansar, sino sólo lanzar una advertencia de que nadie se acerque a mi veneno… como aquel mensaje que el triste ser devorado por el alien lanzó al infinito, en “El octavo pasajero”.

Sólo queda un pensamiento salvador: El lenguaje es la cualidad divina de los humanos, pues todo lo demás que nos fue dado es reciclable en la materia; entonces, en sí mismo contiene la luz de la supervivencia para el alma.

(Como dice Nacho: ¿qué dije?)

jueves, 12 de agosto de 2010

Sismo en el "laburo"



La realidad es trepidante y oscilante.
No sólo porque la Tierra está disgustada con los humanos y se acerca (quizás) una nueva versión de la destrucción de Sodoma y Gomorra, sino porque los gobernantes están totalmente seguros de que levantando construcciones halagan a los ciudadanos.

En parte tal vez eso es cierto… al menos los varones son felices tumbando cosas para levantarlas de nuevo, más bonitas; o destrozando la naturaleza para sembrar cemento y levantar selvas para caminar erguidos sobre ellas.

Frente a mi modesta oficina situada en estratégica calle del centro histórico, dejaron los hombres media acera para que pudiéramos circular los seres de dos pies. Lo demás, está cercado en malla verde y más allá, en un área que debe ser de más de dos mil metros cuadrados, se mecen las piedras, la tierra, explotan los terrones, la tierra sufre los embates de unos dinosaurios de metal llamados trascabos, dompes, aplanadores y cuanta fauna de acero se pueda concebir. Atacan, porque sembrarán cemento pues, para erigir una obra de arte arquitectónico que se llamará “Plaza del Bicentenario”.

Es para conmemorar que somos libres gracias a dos guerras, distanciadas cada una por un siglo; para que no se nos olvide.
Mientras tanto, al escribir en mi lap, ésta se pasea vibrando por toda la superficie de un hermoso escritorio –ahora maqueado y color caoba- que me heredó el funcionario anterior; mis adorables auxiliares me hablan en tartamudeos y me entregan los oficios con la mano vibrando vertical u horizontalmente. El teléfono se cae al suelo cada vez que alguien hace una llamada y hoy, bueno…. Llevaré tapones para los oídos para no salir corriendo, enloquecida por el ruido, a media mañana.

Que Dios nos agarre confesados.

  

domingo, 8 de agosto de 2010

¿Nombre de la Escuela, clave, talla...?

No hay tema, no tiempo para ponerse poética, no hay fe para creer en que aún puedo hacer literatura trascendente... ¿será que ya dije todo lo que tenía por llorar (¡digo!) por decir? Sólo me queda contar las vidas ajena. Por lo pronto...


Pues sí, estoy aquí sentada -por fortuna, pues hay compañeros que pasan de pie toda la jornada- mirando a la gente bonita de esta tierra venir por sus uniformes escolares gratuitos a la Casa de la Cultura. Hay que recibirlos con una sonrisa o al menos una frase amable.
Común que lleguen familias con niños enormes, a ratos incluso obesos. Muchos, muchos, con excelentes calificaciones. Recuerdo a dos gemelitas idénticas, de unos nueve años; preciosas y vestidas iguales. Las boletas de las dos, eran ¡un mar de dieces!
Los prietitos del arroz son las señoras cansadas de dar vueltas porque nos faltaban tallas grandes... hay que ver lo gorditos que son la mayoría de los adolescentes. Cara de aburridas, cansadas; tienen razón, caray. Pero aquí no hay culpa, es el flujo de materiales y traslape de los tiempos, además de que es la primera vez que esto se hace en nuestro querido Estado.
Los fabricantes de los más de medio millón de uniformes que se repartirán gratuitamente, son también sonorenses, y se ven algunos en la fotografía...


Uf; recordando: Cuando hice yo la primaria:
NO había desayunos escolares gratuitos
NO había libros de texto gratuitos (vaya, ni ¡libros de texto, punto!)
NO llevábamos uniforme
Las maestras no eran normalistas, estudiaban cursos en los veranos y a pesar de que no tenían un status respetable socialmente (sólo Dios sabe por qué) TRABAJABAN, señores. Jornada matutina y vespertina: De ocho a doce treinta y de tres a cinco treinta. Por la tarde llevábamos: deporte, bordado, cocina, teatro, danza y aprendíamos a "recitar".
Yo quería ser tan bonita como mi maestra de cuarto; tan respetable como la de quinto y tan sabia como la de sexto. ¿Lo habré conseguido?
De mis apuntes o "resúmenes" no conservo nada en papel, pero sí la bonita letra, porque practicábamos muuuucho, muuuucho.
Nacho Mondaca, Coordinador editorial y de literatura, incluido en el staff de la entrega de uniformes
Ana Cecilia Ancheta, coordinadora de los talleres Casa de la Cultura y Miguel de la Rosa, Director de la Banda del Estado... igual





viernes, 6 de agosto de 2010

No todo es sangre derramada


Hoy sólo quiero decir que estoy harta de que los medios me griten a diestra y siniestra que el mundo se está bañando en sangre.
Miro los diarios y me da flojera. Compiten para ver cuántos muertos van a ostentar en la primera plana.
Me acuerdo todavía -la vida viaja demasiado rápido- de que en el diario que yo trabajaba estaba prohibido, por el Código de Etica, publicar notas rojas en la primera plana.
El que hoy la autoridad y el narco estén en guerra no justifica que a los ciudadanos comunes nos hagan sentir como los europeos durante las guerras mundiales, cuando les bombardeaban sin aviso las ciudades.
¿Por qué tenemos que sentir que lo más importante sucedido el día anterior, en nuestra comunidad, es un asesinato o una balacera entre policías y ladrones? ¿La vida está compuesta de eso... solamente?
También suceden cosas buenas; muchísimas cosas buenas. Estamos vivos, la naturaleza es hermosa y está brava, sigue siendo nuestra madre, la que gobierna en casa.
Caray, sé que la muerte existe y que los hombres gozan matándose unos a otros (sí, los asesinos sienten placer, cuando se "acostumbran") Pero por ejemplo: Las mujeres somos la mitad de la humanidad y protegemos la vida; los niños son el futuro y tenemos que cuidarlos... ¿por qué cuando los hombres se bañan en sangre lo gritan de ese modo, dominando la atmósfera?


martes, 3 de agosto de 2010

En camita


Es fácil armar el pequeño rompecabezas: Nuestra vida va marcando el paso de nuestras enfermedades.
Ayer y hoy me sentí mal. Achaques propios de este momento y condiciones de mi vida. Tengo en mi cuerpo las huellas de mis actos puestas con enfermedades.
Por ejemplo: Cada vez que cambiaba de empleo, estrenaba una nueva "plaga" decía mi abuelo, de acuerdo al estrés que debía soportar. Recuerdo perfectamente cada una de las situaciones y corresponde, el achaque, a una pieza exacta del acertijo de mi vida.
Hay personas que mueren de infarto porque se someten a presiones increíbles; o de cáncer porque las penas los matan. Hay personas con dolores crónicos por la forma equivocada como se alimentan y así...

No pretendo juzgar, sólo digo que cada vez me convenzo más de que nos enfermamos de lo que nosotros escogemos, o del karma que nuestros padres nos heredan.
Cuando somos niños nos llegan las clásicas varicelas, anginas inflamadas, adenoides, y otras de las que nos aliviamos de inmediato. Poco a poco recorremos situaciones físicas que se nos van con antibióticos o tratamientos. Luchamos toda la vida contra las enfermedades... hasta que llega una que no se va, no se va, no se cura porque el cuerpo ya no da de sí, y nos encamina hasta el otro lado del río de la muerte (¿o es de la vida?)
Bueno, yo estuve mal ayer, pero hoy voy mucho mejor. Así que no me toca morirme de esto, mmm...
Fue un día aburridísimo.

(Se puede hablar del crimen, del amarillismo de los medios, de cómo estamos siendo gobernados, de las últimas elecciones, de la lluvia que casi nos ahoga hace unos días, y yo hablo de mi encierro... algo debe estar pasando en mi cerebro; por suerte, este blog es como un diario privado, perdido en el ciber-universo)


lunes, 2 de agosto de 2010

Luz entre el mezquite


Fue una de esos instantes que los escritores detectamos como estímulos para empezar a soltar bytes, es decir lo que antes era enfrentar la dinosáurica página en blanco.

Salí al porche -anglicismo santanense que me niego a borrar de mi vocabulario- y me golpeó la brisa de la mañana con esa dulce nostalgia que se instala en la garganta como para producir lágrimas durante todo el día. Tenía, la brisa, esa frescura rara de nuestro verano: Un poco engañosa, prediciendo "no te ilusiones, aún queda fuego para rato". Pero fue un momento delicioso.

Entonces, enfrenté al joven mezquite frente a la reja y el sol me guiñó entre sus ramas. Me apresuré al interior y con una camarita de ésas que hoy casi hablan, tomé la foto del inicio.
Por supuesto qu eno dice ni la millonésima parte de lo que sentí frente a este regalo de Dios. Es una mentira goebbeliana e idiota eso de que una imagen dice más que mil palabras. Acabo de colectar la última prueba... al menos para mí.

Regresé satisfecha de haber "detenido el tiempo", como decían los ancestros a la magia de la fotografía, y todo el día hicieron eco en mi mente los cantos de las torcaces en el silencio de mi infancia; el susurro del los árboles por las tardes de otoño, el rugir del río después de las tormentas de verano y todos esos cursis tesoros del corazón que ya a nadie le importan.
No he llorado, porque hasta eso se ha vuelto inútil en mi vida, y no es queja; me alegro de haber llegado a esa conclusión.

Ah, bueno, al ratito de eso me puse mi camisa del ISC que tiene también un
escudo bordado de la SEcretaría de Educación y Cultura. otra cursilería: En ninguno de mis trabajos burocráticos me habían regalado una blusa bordada, como de soldado. Me encanta ponérmela. ¡Dios mío, qué revelación acabo de hacer... nadie comrpenderá semejante sumisión al absurdo! ¿Será que por fin puedo caminar por los pasillos de los palacios de gobierno sin sentirme en un campo minado ante miradas resentidas, despectivas o conmiserativas como "antes"? Uy, esto se pone confesional, ya me voy al reparto de uniformes escolares. Casa de la Cultura, de dos a ocho me toca.