sábado, 12 de marzo de 2011

Carta al cielo





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Miles de estrellas se están formando en la nube de gas y polvo que se conoce como "Nebulosa Orion". Más de 3000 estrellas de varios tamaños aparecen en esta imagen. algunas de ellas jamás han podido hacerse visibles a la luz.


Foto base tomada de Hubblesite.com



jueves, 10 de marzo de 2011

La vida en rosa



Llegué a la carrera de letras por un giro de la vida que me gustaría llamar “carambola inevitable”.
La vocación primera que sentí fue religiosa. Devoré con delicia todos aquellos comics de antaño llamados “Vidas Ejemplares”; supongo que era una etapa de búsqueda de adultos-modelo aunque temprana… tenía entre nueve y diez años. Para ser santa debía empezar por el principio, así que declaré en casa mi deseo de ser monja.
    El silencio absoluto de mis padres ante eso, hasta la fecha no sé si fue por temor de que me estuviera fallando la chaveta o porque una aseveración tan absurda –ellos sabían- no podía ser sino un disparate que olvidaría pronto.
    Así fue: Terminé temporalmente mi pasión por la lectura y seguí con otra pasión, pero auditiva: Era tal el placer que sentía al escuchar la música clásica favorita de mi padre, que en un rato de delirio le pregunté cómo podía hacer para convertirme en directora de orquesta.
    (Pausa: Faltaban años luz para que apareciera en escena Alondra de la Parra  y esas mujeres tan hermosas que ya se multiplican por los países europeos ostentando el título “directoras de orquesta”… además de que las malditas son todas hermosas, parecen modelos de revista)
Esta vez, mi vocación si fue desbaratada con la consigna paterna de que era una profesión masculina. Y tan tán.

Posteriormente, mi vocación más o menos convencida fueron las matemáticas. Una especie de mecanismo de compensación, porque en secundaria reprobé dos años seguidos y al tercero, después de unas clases con un buen maestro, me convertí en estudiante de primera fila en la materia. Una historia larga de contar, pero pensé en ser Licenciada en Matemáticas. Todavía no terminaba la preparatoria.
    Desvié entonces el rumbo un poco, a falta de horizonte sobre el tema en Jalisco, a donde tuve que mudarme a vivir: Me inscribí en la carrera de Ingeniero Químico.

    Qué terquedad, ¿no? ¡Pero qué necia! Existe un chip en mi cerebro que tiene una maldición intrínseca: Estaba segura, antes de entrar a la vida productiva en la civilización (¡já) que tenía derecho a estudiar lo que me diera la gana. Entonces, por supuesto que escogí puros territorios del saber donde predominaba la población masculina, donde los hombres navegaban con libertad, mientras las mujeres éramos proscritas. (¿Es que había otros?)
    Y eso que, entre los once y los trece años me dio por refugiarme en las novelitas de aventuras de ciencia ficción que estaban de moda; no me dio por ser astronauta porque aún no existía el proyecto “Apollo”, que si no…
    Aún así, en los años setenta, cuando en México todavía sólo las mujeres ubicadas fuera de la realidad íbamos a la universidad, me inscribí en Ingeniería.
    Recorrer los motivos del abandono de esa vereda del conocimiento sería tan aburrido como obvio (el machismo tiene infinitas manifestaciones). Así que olvidado está, salvo la cicatriz que aún sangra a veces, que me dejó un maestro gay que jamás me permitió pasar su clase. Tenía muy buenas notas en todo, excepto en su maldita materia. ¿Quién estaba mal, a ver? Todos tenemos asignaturas pendientes, yo tengo ésa entre muchas, porque además ese señor, ahora muerto, es venerado casi como un santo en la memoria académica de esa Facultad de Química.

Bueno, pues entonces la vida me sacudió como si un tsunami me atacara, abandoné casi todo por falta de fuerza emocional y entre la neblina del sufrimiento recordé que siempre, ¡siempre! sentí el impulso natural de escribir, incluso desde muy niña. Cartitas, poemitas, pequeñas historias, cuentos cursis y luego cartas y cartas, a tanta gente que vivía asomada a la puerta esperando al cartero, aquél de antaño que pitaba de manera peculiar.
    Olvidé las matemáticas, la dirección de orquesta, la santidad, y decidí que la escritura era el lugar perfecto donde la realidad perdía derecho a irrumpir, donde la vida me tenía que obedecer y no al contrario. Sería el material para construir mi castillo y lograr la trascendencia: Sería escritora.

El primer día de asistencia a mi nueva carrera: Licenciado en Letras, en la primera clase a las cuatro de la tarde (Literatura Latina), el maestro comenzó su exposición con esta frase: “Aquí no formamos escritores; así que si alguien trae esa idea, que se vaya a otra parte”. Abrumada de cansancio existencial, hice como que no escuché; a esa altura ya había aprendido que la mayor parte de los maestros están equivocados en muchas cosas, que incluso a veces pueden hacer mucho daño a sus alumnos. Ya los podía mandar al carajo sin que lo notaran y seguirles la corriente por razones de supervivencia.
    Me quedé estudiando Letras; deshice la maleta, guardé mis bártulos en la cajonera de mi convicción y juré que ya nadie, pero nadie, me haría dudar de mi camino.

(Uy… he aquí que mi intención era escribir estos parrafitos con otro tema y terminé contando pedazos de mi vida. ¿A qué obedece este impulso? ¿Andará rondándome la muerte? Si es así pues que llegue ¿no? Ya platicaremos, ella y yo, a ver de qué cuero salen más correas.) 


viernes, 4 de marzo de 2011

Segunda y todo por avanzar



La segunda vez que me gané un premio literario fue por andar insistiendo en repetir laureles. Si ya me había ganado el primer sitio en el Concurso de Cuento, había que mirar a otra parte… pero no: Ahí estoy como muchos escritores, ¡tercos! Por seguir luciendo, como si la trascendencia dependiera de los premios.

Mi pretexto era que… ¡no había más! Entonces mandé otra vez un texto a la convocatoria de la UniSon; aquí sí, de plano, se me olvidó qué cuento era.

Así que, muy merecidamente por necia, me gané el segundo lugar.
El campeón fue ¿Quién crees? Pues Raúl Acevedo Savín, el que ahora se firma “Jeff Durango” por razones misteriosas.

Esta foto la recorté en el año de la canica de El Imparcial, que para entonces al menos ya consideraba nota importante un premio literario… bueno, otra vez: Seguramente fue iniciativa de Manuel Borbón. El Rector de la Uni era un (n)hombre de quien muchos universitarios no quieren acordarse -¡digo!- no lo pueden recordar por ser tan antiguo.
Después de esto, como castigo por cabezotas, comprendí que un premio literario es un “espot” momentáneo, un relámpago del que después nadie se acuerda.

Es más: Es buen sitio aquí para mencionar que antes del Diluvio Universal, más o menos en 1970, existió una revista llamada “Mujer de hoy”, que convocó a un concurso nacional llamado “Por una nueva epístola”, de Melchor Ocampo, claro. Mandé unas ideas feministas radicales garrapateadas con furia y me llevé el premio. Ese sí lo gané yo, ese sí fue mi primero, y ¡nacional! Tampoco nadie se acuerda, también perdí el original o lo tiré cuando me cansé de atesorar el pergamino donde había sido publicado mi texto y lo más cómico es que ¡jamás! me pagaron los $500 pesos de premio, que entonces era una pequeña fortuna.

Con el tiempo me dieron lástima los pobres… seguramente entonces una propuesta así, “mujer de hoy”, no era económicamente exitosa, como lo sería cuarenta años después.

Ay Dios… qué montón de tiempo ha pasado y yo sigo aquí, golpeando teclas y gastando espacio en decir lo que pienso.
Al menos ha sido una buena válvula de escape para evadir el sanatorio psiquiátrico.
 (¡Y qué facha de "nerda" de los setenta!)

lunes, 28 de febrero de 2011

Tres tristes lustros



Fuiste un regalo efímero en mi vida... algún día podré (y todos los que te amamos) 
estar con Dios y estar contigo.

viernes, 25 de febrero de 2011

Pin (gü) inos Literarios


¡Mira!
Esto pertenece a los inicios de la Humanidad.
La foto primera pertenece a la única fuente informativa (uuuuy) donde se dio a conocer mi primer premio literario: ¡La gaceta universitaria!
Era apenas el quinto concurso de cuento de la UniSon, y lo hacían regional. Era el UNICO concurso literario a que teníamos acceso los aspirantes a escritores, y los ganadores adquiríamos una “aura” de éxito que todo intelectual de la letra envidiaba… al menos hasta el siguiente concurso.
Mi trabajo fue construido con una nota periodística que recorté de un diario del DF: Una mujer fue condenada a 20 años de cárcel por matar a su hijo –lo asfixió con una almohada-; el niño tenía dos años, padecía el síndrome de Down. La mujer fue diagnosticada con cáncer y en su desesperación por no tener quién se hiciera cargo de su hijo después de su muerte, prefirió “salvarlo” así.
Pero oh, desgracia… poco después de los hechos, resultó que el diagnóstico de cáncer ¡era falso!
Ahora que lo pienso tal vez fue una artimaña de ella para deshacerse de su lastre existencial; pero eso no lo sabré nunca.
El cuento se llamó “Lex” y lo perdí para siempre. ¡Sí, lo perdí!
Ya volteé al revés mi casa, mis papeles viejos, y no lo encuentro. Se publicó en EL IMPARCIAL, eso sí. Debe haber sido Manuel Borbón quien me hizo el honor, pues él editaba entonces lo que se ofrecía de cultura. Habré de buscar en los archivos del periódico, un día de éstos.
Mi aspecto físico de aquellos días era éste:

                                                      







No estoy ante un castillo europeo, já... es un puente en Fantasy World de Disneyland (Los Angeles)

Es una hermosa cursilería de foto.

martes, 25 de enero de 2011

Escribir


Quizás he dejado de sentir la palabra
como la amiga fiel que custodia
los rincones puros del alma

He aprendido que también el Mal
la reconoce como aliada
y la palabra se presta

¿En qué universos el pensamiento es amo que construye?
¿En qué simas es esclavo que destruye
mientras un amo misterioso ordena?

Sólo una respuesta cabe:
El Bien-pensamiento-palabra es el camino de Dios
Cuando el pensamiento solitario es esclavo del mal
el camino no existe, la orfandad de lo divino
le ha extraviado



miércoles, 12 de enero de 2011

Battle field


Me pregunto, cuando en mi auto me dirijo a cualquier parte donde la vida me lleve en la ciudad donde habito, si esta incapacidad de adaptación que me domina es producto simplemente del cansancio de vivir o es una rebeldía justa, producto de mi razón.
Si empiezo por mi “incapacidad de adaptación” deduzco que, como a todo mundo, me pasa que los valores ambientales de mi niñez campean en mi subconsciente y no se pueden ignorar: El silencio enmarcando los sonidos de la naturaleza, el orden en casa –una casa pequeña, donde todos los espacios tenían su utilidad- y el huerto, siempre lleno de color por la abundancia de flores, de aire limpio, de verdor de árboles, de animales domésticos existiendo en paz.
Cuando se ha nacido en un nicho semejante, supongo que perderlo es un mal irreparable, causa una cicatriz que nos impide olvidar.
Esa imposibilidad de olvido se agudiza cuando se padece a diario, obligadamente, estar rodeada de cemento; cuando se circula por las calles entre humanos neuróticos y desdichados (bueno, yo supongo que la mayoría), llevando un auto a cuestas y muchos lo utilizan como armadura para dañar a los demás o burlarse de la ley. Se puede morir poco a poco de nostalgia si, al haber nacido y aprendido como mundo un pequeño paraíso lleno de orden y belleza natural, ahora resulta que hay que existir en una gran jaula de ladrillos, concreto, varillas, trascabos devorando tierra, calles inconclusas por orden del Municipio y sobre todo –ah… sobre todo-, un lugar donde las viviendas se han convertido en mazmorras oscuras y rodeadas de rejas, porque la violencia en todas sus manifestaciones puede aparecer en cuanto pisamos la acera.
¿Es que soy anormal, inadaptada… simplemente un ser humano “viejo” incapaz de comprender que la realidad es cambiante y hay que seguirle el paso? Bueno, digamos que es así, pero me surge de la razón un gran freno: “Seguirle el paso”, ¡¿hacia dónde?!
El teniente coronel que habitó en mi casa durante mis primeras edades, el que todo lo ordenaba, lo cuidaba y lo sabía, escribió alguna vez en sus apuntes (en medio de una guerra): “¿Hacia dónde va la vida universal?” Uy, jolín… Cuando vi eso la primera vez me quedé en babia y concluí que su ambición intelectual era exagerada.
Se lo preguntaba cuando era más joven que yo ahora. Hoy la pregunta surge de mí. No queda otra sino escucharse en la angustia y sentir miedo porque se aproxima el caos. ¿Qué otra respuesta hay? Así funciona el Universo: Del caos al orden y del orden al caos. Tesis, antítesis y síntesis. Ying y Yang en perpetuo movimiento
Los seres humanos nos apiñamos en ciudades donde nos vamos despellejando y dejando salir lo peor del instinto, mientras más juntos estamos.
Mi ciudad se convierte poco a poco en un caos; en persecución de invadirla más de automóviles, centros de negocios para beber, comer bestialmente y/o buscar cómo conseguir más dinero. No se construyen espacios de libertad; no se mejora la educación de los niños; no se busca reducir el consumo de veneno en que los jóvenes se pierden; no se fomentan las áreas verdes para reducir el aire venenoso… Hay muchos no a la vida y muchos sí a la locura.
Vuelta: ¿Hacia dónde vamos?


 (Sí, cómo no... la que no escribiría cosas tristes. Okas, pues ahora cosas con coraje. Total de todos modos nadie lee, já)

martes, 4 de enero de 2011

¿Adaptarse o morir?

Vale, pues propósito de año: No escribir de temas tristes. 
Me lo he propuesto muchas veces y no lo cumplo; pero se permite equivocarse. Es importante perseverar en los buenos deseos.


¿Por qué no temas tristes? ¡Porque es mal visto! No está en las corrientes de la moda. Si ya hay tantas formas de olvidarse de lo feo de la vida y meter la cabeza en la arena, francamente es una idiotez empeñarse en la depresión y dejarse ir, como dicen los chamacos… “para abajo”.

Puedo tomarme un Bailey’s y derrumbarme sobre la cama a ver una película cómica gringa. O tomarme una botella de vino blanco acompañada de una caja de chocolates con menta (como hacía una queridísima amiga que murió joven: Curaba sus depresiones encerrándose bajo llave, bebía y comía chocolates hasta que recuperaba la alegría de vivir y el optimismo.

Puedo jugar con Link y llevarlo por aventuras sinfín para rescatar a la princesa Zelda en “The twilight princess”. Puedo meterme en una telenovela llena de tragedias y llorar hasta que mis ojos queden como empanadas y luego sacudir mis manos… total, no son mis problemas, todo es ficción y sin que lo advierta nadie, me desahogo.

También puedo entregarme a terapias ocupacionales, como tejer calcetas para el frío o remendar prendas viejas. Eso también engaña al ánimo.

No, no es de gente bien escribir triste o depresivamente. Hay que ser hipócrita al extremo, pero eso sí, por el propio bien. Entiéndase hipócrita en el buen sentido: Vamos a fingir que no hemos sufrido, que no vivimos desengaños por parte de personas en las que confiábamos. Borremos todo lo malo vivido o lo que nos hizo sufrir. Siempre se puede comenzar a existir desde el amanecer de un nuevo día.

El secreto está en no tropezarse con las mismas piedras; alejarse de las personas que trastornan nuestro ánimo, hacer sólo cosas que nos gusten y evitar conductas propias o poner límites a las conductas de otros que nos roban la tranquilidad. Todo eso, es un ejercicio de voluntad, y ésa es una cualidad que solamente cada humano, desde su interior, puede ejercer… nadie más.

¿Qué tal?
Me salió como una página de un libro de autoayuda. No está mal; estoy en sintonía, soy “funcional”. Sarcásticamente  pero ¡funciona!

Vale, pues propósito de año: No escribir de temas tristes.
Me lo he propuesto muchas veces y no lo cumplo; pero se permite equivocarse. Es importante perseverar en los buenos deseos.

¿Por qué no temas tristes? ¡Porque es mal visto! No está en las corrientes de la moda. Si ya hay tantas formas de olvidarse de lo feo de la vida y meter la cabeza en la arena, francamente es una idiotez empeñarse en la depresión y dejarse ir, como dicen los chamacos… “para abajo”.

Puedo tomarme un Bailey’s y derrumbarme sobre la cama a ver una película cómica gringa. O tomarme una botella de vino blanco acompañada de una caja de chocolates con menta (como hacía una queridísima amiga que murió joven: Curaba sus depresiones encerrándose bajo llave, bebía y comía chocolates hasta que recuperaba la alegría de vivir y el optimismo.

Puedo jugar con Link y llevarlo por aventuras sinfín para rescatar a la princesa Zelda en “The twilight princess”. Puedo meterme en una telenovela llena de tragedias y llorar hasta que mis ojos queden como empanadas y luego sacudir mis manos… total, no son mis problemas, todo es ficción y sin que lo advierta nadie, me desahogo.

También puedo entregarme a terapias ocupacionales, como tejer calcetas para el frío o remendar prendas viejas. Eso también engaña al ánimo.

No, no es de gente bien escribir triste o depresivamente. Hay que ser hipócrita al extremo, pero eso sí, por el propio bien. Entiéndase hipócrita en el buen sentido: Vamos a fingir que no hemos sufrido, que no vivimos desengaños por parte de personas en las que confiábamos. Borremos todo lo malo vivido o lo que nos hizo sufrir. Siempre se puede comenzar a existir desde el amanecer de un nuevo día.

El secreto está en no tropezarse con las mismas piedras; alejarse de las personas que trastornan nuestro ánimo, hacer sólo cosas que nos gusten y evitar conductas propias o poner límites a las conductas de otros que nos roban la tranquilidad. Todo eso, es un ejercicio de voluntad, y ésa es una cualidad que solamente cada humano, desde su interior, puede ejercer… nadie más.

¿Qué tal?
Me salió como una página de un libro de autoayuda. No está mal; estoy en sintonía, soy “funcional”. Sarcásticamente  pero ¡funciona!