martes, 25 de enero de 2011

Escribir


Quizás he dejado de sentir la palabra
como la amiga fiel que custodia
los rincones puros del alma

He aprendido que también el Mal
la reconoce como aliada
y la palabra se presta

¿En qué universos el pensamiento es amo que construye?
¿En qué simas es esclavo que destruye
mientras un amo misterioso ordena?

Sólo una respuesta cabe:
El Bien-pensamiento-palabra es el camino de Dios
Cuando el pensamiento solitario es esclavo del mal
el camino no existe, la orfandad de lo divino
le ha extraviado



miércoles, 12 de enero de 2011

Battle field


Me pregunto, cuando en mi auto me dirijo a cualquier parte donde la vida me lleve en la ciudad donde habito, si esta incapacidad de adaptación que me domina es producto simplemente del cansancio de vivir o es una rebeldía justa, producto de mi razón.
Si empiezo por mi “incapacidad de adaptación” deduzco que, como a todo mundo, me pasa que los valores ambientales de mi niñez campean en mi subconsciente y no se pueden ignorar: El silencio enmarcando los sonidos de la naturaleza, el orden en casa –una casa pequeña, donde todos los espacios tenían su utilidad- y el huerto, siempre lleno de color por la abundancia de flores, de aire limpio, de verdor de árboles, de animales domésticos existiendo en paz.
Cuando se ha nacido en un nicho semejante, supongo que perderlo es un mal irreparable, causa una cicatriz que nos impide olvidar.
Esa imposibilidad de olvido se agudiza cuando se padece a diario, obligadamente, estar rodeada de cemento; cuando se circula por las calles entre humanos neuróticos y desdichados (bueno, yo supongo que la mayoría), llevando un auto a cuestas y muchos lo utilizan como armadura para dañar a los demás o burlarse de la ley. Se puede morir poco a poco de nostalgia si, al haber nacido y aprendido como mundo un pequeño paraíso lleno de orden y belleza natural, ahora resulta que hay que existir en una gran jaula de ladrillos, concreto, varillas, trascabos devorando tierra, calles inconclusas por orden del Municipio y sobre todo –ah… sobre todo-, un lugar donde las viviendas se han convertido en mazmorras oscuras y rodeadas de rejas, porque la violencia en todas sus manifestaciones puede aparecer en cuanto pisamos la acera.
¿Es que soy anormal, inadaptada… simplemente un ser humano “viejo” incapaz de comprender que la realidad es cambiante y hay que seguirle el paso? Bueno, digamos que es así, pero me surge de la razón un gran freno: “Seguirle el paso”, ¡¿hacia dónde?!
El teniente coronel que habitó en mi casa durante mis primeras edades, el que todo lo ordenaba, lo cuidaba y lo sabía, escribió alguna vez en sus apuntes (en medio de una guerra): “¿Hacia dónde va la vida universal?” Uy, jolín… Cuando vi eso la primera vez me quedé en babia y concluí que su ambición intelectual era exagerada.
Se lo preguntaba cuando era más joven que yo ahora. Hoy la pregunta surge de mí. No queda otra sino escucharse en la angustia y sentir miedo porque se aproxima el caos. ¿Qué otra respuesta hay? Así funciona el Universo: Del caos al orden y del orden al caos. Tesis, antítesis y síntesis. Ying y Yang en perpetuo movimiento
Los seres humanos nos apiñamos en ciudades donde nos vamos despellejando y dejando salir lo peor del instinto, mientras más juntos estamos.
Mi ciudad se convierte poco a poco en un caos; en persecución de invadirla más de automóviles, centros de negocios para beber, comer bestialmente y/o buscar cómo conseguir más dinero. No se construyen espacios de libertad; no se mejora la educación de los niños; no se busca reducir el consumo de veneno en que los jóvenes se pierden; no se fomentan las áreas verdes para reducir el aire venenoso… Hay muchos no a la vida y muchos sí a la locura.
Vuelta: ¿Hacia dónde vamos?


 (Sí, cómo no... la que no escribiría cosas tristes. Okas, pues ahora cosas con coraje. Total de todos modos nadie lee, já)

martes, 4 de enero de 2011

¿Adaptarse o morir?

Vale, pues propósito de año: No escribir de temas tristes. 
Me lo he propuesto muchas veces y no lo cumplo; pero se permite equivocarse. Es importante perseverar en los buenos deseos.


¿Por qué no temas tristes? ¡Porque es mal visto! No está en las corrientes de la moda. Si ya hay tantas formas de olvidarse de lo feo de la vida y meter la cabeza en la arena, francamente es una idiotez empeñarse en la depresión y dejarse ir, como dicen los chamacos… “para abajo”.

Puedo tomarme un Bailey’s y derrumbarme sobre la cama a ver una película cómica gringa. O tomarme una botella de vino blanco acompañada de una caja de chocolates con menta (como hacía una queridísima amiga que murió joven: Curaba sus depresiones encerrándose bajo llave, bebía y comía chocolates hasta que recuperaba la alegría de vivir y el optimismo.

Puedo jugar con Link y llevarlo por aventuras sinfín para rescatar a la princesa Zelda en “The twilight princess”. Puedo meterme en una telenovela llena de tragedias y llorar hasta que mis ojos queden como empanadas y luego sacudir mis manos… total, no son mis problemas, todo es ficción y sin que lo advierta nadie, me desahogo.

También puedo entregarme a terapias ocupacionales, como tejer calcetas para el frío o remendar prendas viejas. Eso también engaña al ánimo.

No, no es de gente bien escribir triste o depresivamente. Hay que ser hipócrita al extremo, pero eso sí, por el propio bien. Entiéndase hipócrita en el buen sentido: Vamos a fingir que no hemos sufrido, que no vivimos desengaños por parte de personas en las que confiábamos. Borremos todo lo malo vivido o lo que nos hizo sufrir. Siempre se puede comenzar a existir desde el amanecer de un nuevo día.

El secreto está en no tropezarse con las mismas piedras; alejarse de las personas que trastornan nuestro ánimo, hacer sólo cosas que nos gusten y evitar conductas propias o poner límites a las conductas de otros que nos roban la tranquilidad. Todo eso, es un ejercicio de voluntad, y ésa es una cualidad que solamente cada humano, desde su interior, puede ejercer… nadie más.

¿Qué tal?
Me salió como una página de un libro de autoayuda. No está mal; estoy en sintonía, soy “funcional”. Sarcásticamente  pero ¡funciona!

Vale, pues propósito de año: No escribir de temas tristes.
Me lo he propuesto muchas veces y no lo cumplo; pero se permite equivocarse. Es importante perseverar en los buenos deseos.

¿Por qué no temas tristes? ¡Porque es mal visto! No está en las corrientes de la moda. Si ya hay tantas formas de olvidarse de lo feo de la vida y meter la cabeza en la arena, francamente es una idiotez empeñarse en la depresión y dejarse ir, como dicen los chamacos… “para abajo”.

Puedo tomarme un Bailey’s y derrumbarme sobre la cama a ver una película cómica gringa. O tomarme una botella de vino blanco acompañada de una caja de chocolates con menta (como hacía una queridísima amiga que murió joven: Curaba sus depresiones encerrándose bajo llave, bebía y comía chocolates hasta que recuperaba la alegría de vivir y el optimismo.

Puedo jugar con Link y llevarlo por aventuras sinfín para rescatar a la princesa Zelda en “The twilight princess”. Puedo meterme en una telenovela llena de tragedias y llorar hasta que mis ojos queden como empanadas y luego sacudir mis manos… total, no son mis problemas, todo es ficción y sin que lo advierta nadie, me desahogo.

También puedo entregarme a terapias ocupacionales, como tejer calcetas para el frío o remendar prendas viejas. Eso también engaña al ánimo.

No, no es de gente bien escribir triste o depresivamente. Hay que ser hipócrita al extremo, pero eso sí, por el propio bien. Entiéndase hipócrita en el buen sentido: Vamos a fingir que no hemos sufrido, que no vivimos desengaños por parte de personas en las que confiábamos. Borremos todo lo malo vivido o lo que nos hizo sufrir. Siempre se puede comenzar a existir desde el amanecer de un nuevo día.

El secreto está en no tropezarse con las mismas piedras; alejarse de las personas que trastornan nuestro ánimo, hacer sólo cosas que nos gusten y evitar conductas propias o poner límites a las conductas de otros que nos roban la tranquilidad. Todo eso, es un ejercicio de voluntad, y ésa es una cualidad que solamente cada humano, desde su interior, puede ejercer… nadie más.

¿Qué tal?
Me salió como una página de un libro de autoayuda. No está mal; estoy en sintonía, soy “funcional”. Sarcásticamente  pero ¡funciona!