viernes, 30 de julio de 2010

Ver brujos, mientras escampa


Hay historias que son inmortales, ¿eh? Al menos, claro, para la memoria de los humanos.
El mago Merlín es una leyenda inglesa que se resucita sin tener que consultar sobre los derechos de autor, como lo ha demostrado ahora Nicholas Cage en la película "El Aprendiz de Brujo".
No hace del mago Merlín, sino de aprendiz que a su vez tiene un aprendiz.
Es una historia de aventuras bien armada y narrada en tono de humor.
Lo único interesante ahora es que la trama enreda la magia con los principios de la física cuántica, lo cual le quita el misterio, aunque bien mirado, la propia física cuántica, para mi gusto, es un tema misterioso y definitivamente... mágico.
La combustión espontánea ya no es un fenómeno paranormal, ni mucho menos el manejo a voluntad del flujo de la energía que emite el cerebro humano. Todo eso ya forma parte de la ciber-cultura popular, de tal modo que los magos en esta cinta son más bien científicos con sensibilidad suficiente para librar la clásica lucha del bien contra el mal.
Me divertí con el gusto exquisito para la ficción fantástica; me extasié una vez más con el azul profundo de los ojos de Nicholas y me deslumbró con la blancura de sus dientes. Se ha hecho mayor, pero luce seductor vestido de fachas y con toda la greña al aire. ¿Cómo lo logra?
Descanso inesperado de la faena terrorífica que se lleva a cabo entregando los uniformes escolares gratuitos. Las colonias inundadas nos dieron un respiro a los comisionados. La lluvia cuantiosa no está en nuestra agenda desértica; qué volteretas puede dar nuestro pequeño mundo si llueve demasiado, aún sobre la arena.
No me repongo aún; el cansancio acumulado de todos era ya una energía en picada que nos arrastraba; pero volveremos el domingo, Casa de la Cultura... mientras se pueda trabajar, nada hay mejor qué hacer en la vida (salvo amar, pero esa es otra historia).

jueves, 29 de julio de 2010

Esta soy yo




Tengo que empezar hoy. Justamente hoy.
Porque al despertar recordé que la forma en la que estoy trabajando en estos días, después de muchísimos años de partirme la espalda para ganar un salario, es casi la misma con la que empecé: Toda la jornada de pie, esperando que llegue gente, atenderla, sonreír y tratarla bien.
No lo lamento; mi situación es otra hoy, nada qué ver con aquellos días. He avanzado, he adquirido sabiduría e información, tengo un excelente salario... en aquellos días trabajaba en una tienda de ropa y tenía 14 años. Me pagaban menos del salario mínimo y sólo fue por los días de Navidad. Mi primer empleo.

Hoy estoy ejerciendo mi último empleo. Sé que lo será, porque después de ahora no pienso volver a hacer contrato con nadie. Por fortuna ya no lo necesito. Ahora estoy sirviendo a la gente. Ajá: Soy realmente una Servidora Pública. Me gusta eso, me gusta mucho dar en mi trabajo lo que me piden, cuando es lo justo.
Repartimos uniformes escolares a todos los niños del Estado. Uno por uno... "pase usted, deme las tallas de su niña, nos espera unos minutos por favor, mientras la llaman para medirse". He repetido esas frases unas novecientas veces. Y lo haría otras tantas, para ver la expresión atenta y la sonrisa final de las madres antes de un "gracias, muy amable".

Por eso tengo que empezar este espacio justo hoy. Es sólo la coincidencia; siento que cierro un ciclo. Que siento definitivamente cabeza, aunque parezca demasiado tarde. Había perdido también la orientación y la fe en la palabra escrita... pero eso ya pasó y es un milagro.
Ser escritora es ya de por sí un milagro. Haber logrado que la gente me lea con gusto, es otro. No ambicionar sino ese contacto de corazón a mente con los demás, es un privilegio que muy pocas personas tienen.