jueves, 19 de agosto de 2010

Scrivere, écrire, escribir



“Escribir, en cierto sentido, es una actividad que me ayuda a aliviar la tensión de esos secretos sepultados. Recuerdos ocultos, traumas, cicatrices infantiles... es evidente que las novelas surgen de una parte inaccesible de nosotros mismos”.  (Paul Auster)

Recuerdo cuando el deseo de escribir era tan imperioso que lograba situarme en dos realidades a la vez. Vivir la normalidad era llevar la ilusión de que al momento de escribir, podría embarcarme en el mundo de ficción que estaba construyendo.
Claro que, de acuerdo al tono que mi vida tuviera en ese momento, era introducirme a la diversión o a la tortura, pero era de cualquier manera una realidad alternativa y le daba amplitud a mi existencia.
Cuando escribí una novelita ya perdida en el pasado, llamada “En horas hábiles” (que al editarla hubo de cambiar su lindo nombre), el mundo que inventé era más bien grotesco y triste, pero tuve la capacidad de vaciar sobre él un sentido del humor que lo salvó del aburrimiento y por qué no quemarme incienso: del lugar común.
Los cuentos, que bendito Dios, me salen solos por algún privilegio que no merezco, pues no lo he cultivado de manera responsable, solían ser como oasis que mi imaginación atravesaba en la cotidianeidad y me daban alivio temporal. Los poemas son cápsulas de analgésico cuyo efecto sólo dura un instante.

Ahora tengo un silencio patético en mi interior. O digamos una masa saturada de sentimientos y bullicio diabólicos que pueden compararse perfectamente a un hoyo negro. Es un pozo de ira que no sé si tendrá fondo; y no se me ocurre qué y cómo podría salir eso en palabras, sin convertirse en material desechable, hoy que todo –en la realidad- tiene ese adjetivo: Amor desechable, vida desechable, muerte de plástico, indignación sin posibilidad de reuso, etcétera. Todo es efímero…

Digamos que estoy atrapada entre el exceso de material para escribir en mi cabezota –ya crecida como si tuviera hidrocefalia, por el conocimiento sobre el lado triste de la vida- y el desaliento porque el saturar páginas con esa pasta de inconformidad y coraje contenido no lograría descansar, sino sólo lanzar una advertencia de que nadie se acerque a mi veneno… como aquel mensaje que el triste ser devorado por el alien lanzó al infinito, en “El octavo pasajero”.

Sólo queda un pensamiento salvador: El lenguaje es la cualidad divina de los humanos, pues todo lo demás que nos fue dado es reciclable en la materia; entonces, en sí mismo contiene la luz de la supervivencia para el alma.

(Como dice Nacho: ¿qué dije?)

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