miércoles, 12 de enero de 2011

Battle field


Me pregunto, cuando en mi auto me dirijo a cualquier parte donde la vida me lleve en la ciudad donde habito, si esta incapacidad de adaptación que me domina es producto simplemente del cansancio de vivir o es una rebeldía justa, producto de mi razón.
Si empiezo por mi “incapacidad de adaptación” deduzco que, como a todo mundo, me pasa que los valores ambientales de mi niñez campean en mi subconsciente y no se pueden ignorar: El silencio enmarcando los sonidos de la naturaleza, el orden en casa –una casa pequeña, donde todos los espacios tenían su utilidad- y el huerto, siempre lleno de color por la abundancia de flores, de aire limpio, de verdor de árboles, de animales domésticos existiendo en paz.
Cuando se ha nacido en un nicho semejante, supongo que perderlo es un mal irreparable, causa una cicatriz que nos impide olvidar.
Esa imposibilidad de olvido se agudiza cuando se padece a diario, obligadamente, estar rodeada de cemento; cuando se circula por las calles entre humanos neuróticos y desdichados (bueno, yo supongo que la mayoría), llevando un auto a cuestas y muchos lo utilizan como armadura para dañar a los demás o burlarse de la ley. Se puede morir poco a poco de nostalgia si, al haber nacido y aprendido como mundo un pequeño paraíso lleno de orden y belleza natural, ahora resulta que hay que existir en una gran jaula de ladrillos, concreto, varillas, trascabos devorando tierra, calles inconclusas por orden del Municipio y sobre todo –ah… sobre todo-, un lugar donde las viviendas se han convertido en mazmorras oscuras y rodeadas de rejas, porque la violencia en todas sus manifestaciones puede aparecer en cuanto pisamos la acera.
¿Es que soy anormal, inadaptada… simplemente un ser humano “viejo” incapaz de comprender que la realidad es cambiante y hay que seguirle el paso? Bueno, digamos que es así, pero me surge de la razón un gran freno: “Seguirle el paso”, ¡¿hacia dónde?!
El teniente coronel que habitó en mi casa durante mis primeras edades, el que todo lo ordenaba, lo cuidaba y lo sabía, escribió alguna vez en sus apuntes (en medio de una guerra): “¿Hacia dónde va la vida universal?” Uy, jolín… Cuando vi eso la primera vez me quedé en babia y concluí que su ambición intelectual era exagerada.
Se lo preguntaba cuando era más joven que yo ahora. Hoy la pregunta surge de mí. No queda otra sino escucharse en la angustia y sentir miedo porque se aproxima el caos. ¿Qué otra respuesta hay? Así funciona el Universo: Del caos al orden y del orden al caos. Tesis, antítesis y síntesis. Ying y Yang en perpetuo movimiento
Los seres humanos nos apiñamos en ciudades donde nos vamos despellejando y dejando salir lo peor del instinto, mientras más juntos estamos.
Mi ciudad se convierte poco a poco en un caos; en persecución de invadirla más de automóviles, centros de negocios para beber, comer bestialmente y/o buscar cómo conseguir más dinero. No se construyen espacios de libertad; no se mejora la educación de los niños; no se busca reducir el consumo de veneno en que los jóvenes se pierden; no se fomentan las áreas verdes para reducir el aire venenoso… Hay muchos no a la vida y muchos sí a la locura.
Vuelta: ¿Hacia dónde vamos?


 (Sí, cómo no... la que no escribiría cosas tristes. Okas, pues ahora cosas con coraje. Total de todos modos nadie lee, já)

No hay comentarios:

Publicar un comentario