domingo, 14 de noviembre de 2010

Mordaza



A veces pregunto al espejo: ¿De verdad crees que ya no tienes qué decir?
He escuchado por mucho tiempo la palabra "autocensura" y la miraba como un turista las curiosidades de un país ajeno. Nunca la aplicaba a mi caso. Nunca llegué a toparme con ese estado de ánimo, hasta ahora. 
   Mientras fui articulista sin empleo en el gobierno; o mientras lo fui estando empleada en el gobierno, jamás tuve idea de lo que es frenarse para soltar el teclado. Hoy he estrenado esa condición de ánimo y me está haciendo sumamente infeliz. La coacción la aplico a mí misma y me siento miserable. 
   ¿Por qué me freno, me pongo vendas en las manos, como los boxeadores... pero ni siquiera salgo a pelear? Porque antes las denuncias sobre las miserias humanas -já, como si yo fuera perfecta- que produce la burocracia y la política, entre otras porquerías que genera la "civilización", fluían desde los "malos", es decir los que estaban equivocados en su ideología, los malditos totalitarios de siempre. 
Llegué a criticar incluso desde adentro, porque como burócrata de quinta o sexta línea me sentía con derecho a criticar. La mayor parte de las personas piensan que eso equivale a "morder la mano de quien te da de comer", y siempre me ha parecido tal razonamiento una perfecta y vergonzosa estupidez.
   El burócrata que critica su propio gobierno no muerde mano alguna: El dinero que recibe NO es del jefe, ni siquiera del Jefe Máximo... es dinero de la gente, de los ciudadanos. Siempre lo dije, siempre argumenté lo mismo. "A mí me paga la gente, no mi jefe que, aleatoriamente, está en el puesto de mando: Es un enfermo de soberbia; mi deber está con quien me paga, es decir el público".
   Okey... pero ahora, aquellos burócratas que están al mando -muchos de ellos- pertenecen a la "bola" de gente que presume una ideología con más sentido de la ética para gobernar. Al menos esa es la teoría, la propuesta, la premisa.
   Pero... no es tan fácil. Claro, a esta altura del ejercicio crítico es bastante ridículo comprender apenas -mejor dicho, aceptarlo- que la miseria de antivalores donde nada la burocracia y el podercillo político puede infectar a cualquiera. 
   Dentro del mismo grupo que yo acepté como de pertenencia en la convicción política, también se producen monstruos, zombies, pobres entes con su autoestima tan piojenta que juzgan su escritorio un trono y a sus empleados como sirvientes. Eso, entre muchas otras linduras, como la adoración por los lujos, el dinero, la debilidad de creer que un ladrillito conseguido por amistad o repartiendo volantes realmente viste de capacidad de mando, de liderazgo, de conocimiento del trabajo que deben realizar... etc.


Dicho de otro modo: La ingenuidad perversa de vestir el traje nuevo del Emperador y lucir las propias miserias sustentando el silencio en el miedo... puede atacar a cualquier ser humano de cualquier ideología, por sacrosanta que parezca. El hábito no hace al monje; aunque la mona se vista de seda, mona se queda, etc.
   La administración burocrática es una gelatina terriblemente vulnerable a la incapacidad laboral, a la inteligencia emocional bajo cero. Un puesto no te hace experto en nada; al contrario, es un ácido que mostrará con el tiempo tus miserias o tus cualidades.   Exactamente como cualquier trabajo. Y si fracasas, también se notará, pero no te corren por imbécil e inepto, como en la iniciativa privada; te quedas si eres hábil para manipular a los demás y sobre todo: Para lograr que los demás sientan miedo.


Volviendo al principio: No es que nada tenga qué decir. Me callo por vergüenza, no por miedo.Tengo que reencontrar el camino para desahogar mi verdadero sentir acerca de la metamorfosis patética que sufren los seres humanos en el miserable mundo llamado burocracia (alta y media, sobre todo). Inventaré metáforas, elementos fantásticos, no faltará; pero es un lodazal de coraje en el que ya no puedo sostenerme. Tengo que limpiar mi corazón y la mente.



1 comentario:

  1. Ojalá no pase mucho tiempo antes que se decida a escribir al respecto. Me permito una sugerencia: Los diálogos en el Infierno. En ese libro Joly hace "hablar" a Montesquieu con Maquiavelo, y el resultado fascinante. La sátira ha sido la vía de escape por excelencia de todos los tiempos. Si los cineastas iraníes se las arreglan para enviar poderosos mensajes usando personajes infantiles y metáforas para evadir la censura, nosotros también podemos. Aunque quizá la autocensura sea al mismo tiempo un monstruo mucho más fácil, y mucho más difícil, de vencer.

    Saludos.

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