lunes, 18 de octubre de 2010

Volver a casa


He pasado la vida entera luchando contra la tristeza. ¿Qué sentido ha tenido, si jamás he logrado ahuyentarla? Hace mucho tiempo no disfrutaba de ese sentimiento. Creo que jamás lo había logrado. Sí, disfrutar es la palabra; sentir la tristeza melancólica llegar, instalarse en ella, darle una íntima bienvenida
Las tardes de otoño son especialmente fértiles para hundirse en ella y nadar en el respiro intenso de la melancolía. 
Tristeza es lo que se siente ante algo irremediable y melancolía es un poco deseo de recuperar u obtener una felicidad que fue o que se adivina, pero jamás se ha sentido. Las dos juntas, se hermanan, se convierten en un manto de luz de atardecer que da calor y armonía a todo lo que existe.

Es un estado especial el mío ahora; disfruto la tristeza. Porque contiene recuerdos dulces; espacios de vida a los que quisiera volver, aunque eran dolorosos o simplemente solitarios.
Jardín de mis infancias por ejemplo; de todas mis infancias: La del huerto silencioso y soleado, bañado en canto de árboles, volar de pájaros, río lejano que lleva el agua a destinos imposibles de adivinar. La infancia de la soledad nocturna y el miedo a los muertos; la del camino a la escuela por las calles solas, con el premio intermedio de saludar a mi padre en el gran ventanal de su oficina... tocar el vidrio, sacudir la mano y verle a su vez decirme adiós con una sonrisa interior, jamás explícita.

La infancia de los juegos solitarios del jardín, en el columpio exclusivo para mi; el bimbalete que jamás tenía contrapeso, el paseo en equilibrio por el cerco del jardín del fondo... del que nunca jamás me caí, así como de ningún árbol que trepara, pues siempre los pasos peligrosos los he dado con infinita cautela.
Tristeza de recordar las soledades múltiples de la vida innumerable, llena de escenas donde siempre he sido espectadora de un mundo que no escucha, de personas que no entienden mi lenguaje, de multitudes que me ignoran, de ciudades que jamás se enteraron de que existo, de personas amadas que nunca sospecharon ni sospecharán cuánto, cuánto los he amado.

Lo único que me pertenece, sin lugar a dudas en este mundo, en esta vida... es mi tristeza. Y no me avergüenza; a nadie tengo que pedir permiso para sentirla, es una compañera amorosa, fiel, que me abraza sin cuestionarme nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario